segunda-feira, 10 de novembro de 2008

El médico rural en el siglo XXI, desde el punto de vista urbano - texto de Juan Gérvas e Mercedes Pérez Fernández

Disponível em
http://www.fbjoseplaporte.org/rceap/articulo2.php?idnum=14&art=06&mode=ft

Revista Clínica Electronica en Atención Primaria, 2003

Introducción
Las tendencias demográficas llevan a la desaparición del mundo rural, por incorporación
de sus habitantes al medio urbano. Además, existe un futuro negro para el campo en los
países desarrollados, pues los ciudadanos urbanos lo utilizarán de “parque temático” para
sus días de ocio y descanso. Frente a dichas tendencias y frente a un negro futuro, la
Unión Europea está realizando un esfuerzo de revitalización del mundo rural, de
mantenimiento y mejora de su hábitat que pude llegar a retrasar y a revertir la pérdida de
población y a cambiar en activo y vivo el mundo rural, para evitar la transformación del
campo en un puro escaparate para disfrute del “urbanitas” ocioso.
La llegada de la democracia a España conllevó la descentralización del poder, y la
potenciación de las regiones (autonomías). Con ello se dio una oportunidad al moribundo
campo, al que empezaron a llegar recursos, un aliento vital que potenció años después el
ingreso en la Unión Europea. Algunas Comunidades Autónomas han tenido éxito en sus
políticas de mejora de la calidad de vida en el hábitat rural, y están manteniendo “vivo” el
campo, pues la población crece y se desarrolla en el mismo, y a costa de un trabajo que
allí se genera. Sirvan de ejemplo Cataluña, Islas Baleares, Madrid, Navarra y País Vasco.
En este trabajo consideraremos el contraste rural-urbano como médicos que hemos
pasado voluntariamente de trabajar de la ciudad al campo, en la Comunidad Autónoma de
Madrid, en el siglo XXI, en el sistema sanitario público. Escribimos conservando el punto
de vista personal urbano, de médicos de cabecera que han ejercido un cuarto de siglo en
la ciudad de Madrid y pasan a trabajar al campo, en búsqueda de una mejor calidad de
vida personal y profesional. Reflexionamos teniendo al tiempo en cuenta nuestra propia
experiencia y la literatura científica publicada al respecto. Incluimos, además, una serie de
“viñetas”, ejemplos concretos y reales, que sirven de exposición de casos y cosas, para
trasladar vívidamente al lector al medio que describimos.
Empotrados
Durante la invasión de Irak, en 2003, los ejércitos de EEUU y sus aliados incorporaron a
los periodistas casi como parte de las tropas. Los “empotraron”. Convivían con los
soldados, recibían información exhaustiva, y participaban inermes en las batallas. Algunos
murieron por ello, pues no era ficción ni retaguardia lo que describían. A cambio de ese
privilegio de escribir en primera línea, los periodistas perdieron objetividad; los habituales
sesgos de información se multiplicaban por los nexos de amistad y colaboración con los
soldados y los mandos. No se puede escribir imparcialmente cuando se vive en uno de los
frentes compartiendo sudor y lágrimas con sus combatientes. Por supuesto, este objetivo
implícito nunca se reveló como tal, pues el objetivo declarado era el de dar mayor
posibilidad de generar información en primera persona desde primera línea.
El médico rural vivía “empotrado” en su comunidad. Tras la reforma de 1984, y más en el
siglo XXI con las mejoras de las comunicaciones, muchos médicos rurales pierden la
oportunidad de empotrarse en la comunidad y pasan a vivir en las ciudades, de forma que
se trasladan a diario a sus trabajos y vuelven a dormir “a casa”, a la ciudad, donde está la
familia. Actúan como “paracaidistas” que llegan y se van. Sin embargo, persisten médicos
que buscan esa incardinación en la comunidad, ese empotrarse en las mismas, ese
pertenecer al medio en el que se trabaja. Empotrado, uno vive en primera línea y
comparte sudor y lágrimas con los pacientes, que devienen vecinos. Como se deduce,
empotrado uno pierde objetividad. Lo que se gana en conocimiento, en pasión sesgada, se
pierde en distanciamiento, en frialdad serena.
Existen diversos grados de empotramiento, desde el vivir en el centro del pueblo a vivir
en las afueras, o en un pueblo cercano. Pero el médico empotrado se caracteriza porque
es un vecino más del pueblo o de la comarca, y sufre en carne propia las ventajas e
inconvenientes del hábitat rural1. En la actualidad, en zonas rurales como las de la Sierra
Norte de la Comunidad de Madrid, eso supone en lo personal una enorme calidad de vida,
por los sobre-abundantes recursos públicos que ayudan a vivir y a disfrutar de una zona
natural privilegiada.
Integrados
El médico rural empotrado vive integrado en la comunidad. El objeto de su atención sigue
siendo el individuo que consulta, pero en su contexto familiar, en su comunidad, con su
peculiar cultura (viñeta 1). El médico rural tiene, pues, una comunidad fácil de
identificar, en la que puede llegar a integrarse. Este “identificar a la comunidad” empieza
a ser raro en la ciudad, donde el paciente es la persona individual que consulta, cuya
familia no siempre se conoce, ni siempre se integra en el mismo cupo, y ni siquiera el
barrio de pertenencia tiene personalidad característica2. En el medio urbano los individuos
viven en un lugar, pero muchas veces como una circunstancia casual, y sus redes de
amistades y contactos son frecuentemente virtuales, ajenas a la geografía clásica. La
comunidad urbana es, en muchos casos, sólo una entelequia.
Hay muchos recelos ante la vida integrada en un pueblo. Parecería que se pierde
independencia personal, y que los pacientes pueden terminar agobiando si pretenden
“controlar” la vida y milagros el médico rural. Desde luego, uno se vuelve “transparente”,
pero no más que el resto de los componentes de la comunidad. Con amabilidad y firmeza
se pueden rechazar los avances excesivos en la intromisión en la vida personal, sin que
ello cree rechazo. Por ejemplo, basta no invitar para no ser invitado (“el que a mi casa no
viene, de la suya me echa”). Pero, respecto a la calidad de vida, y a la salud, el
pertenecer a una comunidad en la que tienes existencia y en la que cuentas, como
cuenta todo el mundo, tiene sus ventajas (viñeta 2). La solidaridad comunitaria abarca al
vecino, también al inmigrante y al recién integrado, y va desde el nacimiento hasta la
muerte, pues todo miembro cuenta, y nada le es ajeno al que pertenece a la comunidad.
Así puede decirse “¿quién se nos ha muerto?” cuando las campanas doblan para anunciar
la muerte, que allí no pasa desapercibida como en la ciudad.
En lo práctico, la existencia de una comunidad definida y bien conocida da una base
poblacional ideal para trabajar con un sentido clínico epidemiológico (“si espero un cáncer
de pulmón por año, ¿cómo es que llevo tres sin diagnosticar ninguno?”). Por lo mismo, los
aciertos y errores del médico son obvios y públicos, y cementan o destruyen con facilidad
su reputación y autoridad profesional.
Algunas ventajas de la integración
En el medio rural, la comunidad tiene una definición casi corpórea, y si el médico está
empotrado forma parte de la misma. La información circula con fluidez, y a lo largo de
años se construye una historia común que facilita en mucho la atención, por su
continuidad (seguimiento de un problema) y por su longitudinalidad personal y familiar
(seguimiento del conjunto de los problemas del paciente y de su familia)3. Pero no sólo
tiene beneficios de economía, de racionalidad, sino que añade valor social, beneficios
intangibles que conocemos como “capital social” por ser un conjunto de recursos y
valores, como cohesión y confianza, que ayudan a mantener una comunidad (4). El
médico forma parte de un conjunto variopinto de recursos que dan identidad y fortaleza a
la comunidad, como los maestros, las asociaciones de mujeres, de ancianos y de
cazadores, la comisión de fiestas, y otras (viñeta 3).
La relación con el médico se convierte en parte de una historia en la que es
“económicamente” beneficioso no ser oportunista ni aprovechado, sino crear una relación
de confianza y mantenerla como un tesoro que facilita el seguimiento del los problemas de
salud personales y familiares. Con ello es raro que haya violencia en la consulta, por
ejemplo. Estar integrado y empotrado es algo que facilita en mucho el trabajo clínico. La
relación profesional se complementa con la relación vecinal, con el participar
conjuntamente de los beneficios y los problemas que afectan a la comunidad. Se facilita,
así, la toma de decisión ante problemas de salud, y el médico rural cuenta con un cúmulo
de conocimiento y recursos del que carece el médico urbano. Por ejemplo, ante una
fractura de metacarpiano se puede deducir fácilmente la repercusión en la vida laboral y
familiar cuando se sabe que la paciente cuida no sólo de su madre, anciana viuda, sino de
un vecino solterón al que le une algo más que la simple vecindad.
Algunas desventajas de la integración
Estar integrado tiene sus inconvenientes, y es posible que se pierda a veces la necesaria
“distancia terapéutica”. Los pacientes no deberían ser amigos, pues la amistad puede
romper la independencia de juicio que se precisa para decidir con objetividad el mejor
curso de acción, tanto en procesos agudos como crónicos. Por ejemplo, el consejo sobre
hábitos como tabaquismo y alcoholismo deviene comprometido5. Los pacientes pueden
verse forzados a no discutir sugerencias con las que discrepan, las cuestiones espinosas
pueden relegarse por médico y paciente casi indefinidamente en espera de mejor
oportunidad que nunca llega, y el saberse mutuamente conocidos puede llevar a falsas
conclusiones, por los prejuicios1. Sin querer, a todo el mundo se le atribuye un carácter y
una conducta, y tiende a explicarse con ello los cambios y alteraciones de la normalidad. A
veces eso significa un retraso diagnóstico, por ejemplo, en un cáncer de cerebro.
Al médico se le llega a conocer demasiado, lo que puede disminuir sus posibilidades de
intervención. “Ya sabes lo maniático que es con el tabaco. No le hagas caso. Su padre era
gran fumador y murió de cáncer de pulmón”. Por ejemplo, se puede llegar a saber cuándo
sí y cuándo no receta antibióticos en un catarro, o en qué campos es más inseguro y
deriva a urgencias innecesariamente. El mutuo conocimiento conlleva, a veces, abuso y
dificultad de resistencia al abuso. Por ejemplo, la consulta en el bar, o incluso en el baile
de las fiestas (fácilmente evitable con la negativa acompañada del dicho “consultas de
pasillo ni dan fama ni engordan el bolsillo”). También, la solicitud de pruebas innecesarias,
o el uso fraudulento de la baja laboral, o de la receta de pensionista. La firmeza desde el
principio ayuda a que los pacientes, vecinos y veraneantes sepan distinguir los límites
lógicos, sin casi tener que llegar a ponerse colorado en ningún momento.
Chico para todo, de todo
Cuando el medio rural es disperso, el centro de salud rural tiene “anejos”, que a veces son
muy importantes en la organización del trabajo diario. Así, en el de los firmantes, de
montaña, con unos 5.000 habitantes en total, hay 40 núcleos de población.
Aproximadamente 2.000 habitantes residen en el núcleo principal. Atender a los otros 39
pueblos requiere un enorme esfuerzo logístico, más complicado por cuanto cada médico
atiende más de un pueblo. Dicho esfuerzo supone más trabajo administrativo (citas y recitas),
el desarrollar tareas de celador (de telefonista a contacto con quien pueda arreglar
el grifo, por ejemplo), convertirse a ratos en cartero y en mensajero transportista,
conducir por carreteras en todas las condiciones climáticas (con coche propio,
económicamente mal compensado), cumplir labores de enfermería (inyecciones, curas,
limpieza de cera en conductos auditivos), etc.6,7. No es lo más difícil el trabajo clínico,
sino la organización necesaria para soportarlo. Por ejemplo, si se hace cirugía menor, hay
que realizarla y, además, iniciar el circuito de la anatomía patológica con el transporte de
las muestras. Lo mismo con la toma citológica, o con el frotis vaginal. Y ello en cada
pueblo, al que nadie excepto el médico lleva el formol, o los hisopos, y el resto del
material necesario. Los olvidos conllevan viajes de más, por lo que evitarlos constituye
una preocupación permanente.
Sobre estas cuestiones puramente logísticas se añaden las responsabilidades médicas
ampliadas6-8. Se multiplican las situaciones a resolver y los problemas a atender. Por
ejemplo, forman parte de los deberes clínicos diarios la pediatría, la ginecología, la
traumatología y las urgencias. Estas tareas se convierten en parte de la rutina por razones
obvias, de distancia, y porque a la población rural le suele gustar recibir la atención más
completa posible en su ambiente (1,9). Responder a esta expectativa puede exigir una
renovación permanente en técnicas, habilidades y conocimiento de áreas aparentemente
alejadas del cometido diario del médico de primaria, pero de mayor sencillez de la
esperada. Por ejemplo, la inserción de pesarios. Los pacientes agradecen esta polivalencia
de “su” médico, y el médico rural se siente gratificado con la reputación que conlleva una
alta capacidad de resolución de problemas10,11.
Como se deduce, la polivalencia y el ser “chico para todo, de todo” se imponen en muchos
casos por el trabajo en solitario. El médico rural es casi un profesional independiente. Los
núcleos geográficos aislados se atienden una o varias veces en la semana, y lo habitual es
que el médico pase solo la consulta. Por ejemplo, atiende el teléfono, cose una herida,
valora una radiografía y hace una exploración ginecológica sin apoyo ni de compañeros, ni
de administrativos ni de personal auxiliar alguno. Eso tiene ventajas e inconvenientes, y
en cualquier caso exige seguridad y aplomo, además de una prudencia constante.
Medios, ¿insuficientes?
Por comparación con el medio urbano, suele admitirse un infla-dotación de medios
materiales y personales en el mundo rural9,12,13. Puede ser cierto en general, pero en
algunas zonas la dotación es suficiente, por comparación con la urbana (6,8).
Consideremos, por ejemplo, el centro de salud de Daroca (Zaragoza)14. Para atender a
4.500 habitantes, distribuidos en 30 núcleos de población (la mitad de ellos en Daroca),
cuenta con ocho médicos, seis enfermeras y un administrativo a tiempo completo, y a
tiempo parcial un farmacéutico de zona, una matrona y un pediatra, más dos residentes,
y para las guardias, en turnos rotatorios, dos enfermeras y cuatro médicos de refuerzo.
Esta dotación es similar a la del centro de salud de Buitrago del Lozoya, donde para 5.000
habitantes hay ocho médicos, cinco enfermeras, un administrativo y un celador a tiempo
completo, y a tiempo parcial un matrón y dos pediatras, más en verano un médico de
refuerzo, y para hacer las guardias personal médico, enfermero y técnico como Servicio
de Atención Rural y Unidad de Atención Domiciliaria. Sin contar las trabajadoras sociales,
y otro personal de apoyo. Hay zonas rurales de Castilla-León en que todavía es mayor la
dotación de personal. Además, existen servicios de emergencias, dotados de ambulancias
equipadas para todo evento, y helicópteros para traslados urgentes o especiales.
En cuanto a los medios materiales, los centros rurales suelen tener lo suficiente para
cumplir con desahogo la cartera de servicios y atender las urgencias14. Esta situación se
ve en otros ambientes rurales de países desarrollados, como Australia, donde al comparar
la actividad de médicos rurales y urbanos, los primeros tienen mayor variedad y más
intervenciones con más medios en la propia consulta15.
En la comparación australiana mencionada se comprueba un aumento de población por
médico en las zonas rurales (más pacientes por médico cuanto más rural y aislado es el
medio geográfico). Por ello los pacientes rurales tienen menos accesibilidad y hacen
menos consultas, mientras los médicos rurales, en justa correspondencia, tienen más
pacientes “nuevos”. Esta panorámica contrasta vivamente con el cuadro rural español
descrito, de sobreabundancia de profesionales, donde puede ser normal que el médico
tenga de media 400 habitantes y menos, y donde la accesibilidad es tal que el uso medio
por habitante y año suba hasta las 16 visitas, y más. La disminución del cupo complica el
mantenimiento y perfeccionamiento de técnicas y habilidades diagnósticas y terapéuticas
que precisan de una necesaria frecuencia en la consulta6.
La demostración práctica de la mayor accesibilidad se percibe en algunas situaciones
especiales, como en la presión de los veraneantes por suministrarse de medicamentos
(“aquí es mucho más cómodo”) y en las poblaciones muy pequeñas, en las que las
consultas semanales se llenan con todos los pobladores, todos los días, todas las semanas
(“es como cuando llega la camioneta del Hilario, el de las aceitunas, siempre hay algo que
comprar y, si no, comentar”). Esta accesibilidad, con sus inconvenientes, facilita el
cumplimiento de muchas expectativas sociales y aumenta la satisfacción con el sistema
sanitario en las áreas rurales1,6. La mayor satisfacción con la atención sanitaria no es sólo
consecuencia de un mayor estoicismo en el enfermar, o de una menor expectativa, pues
la población rural sabe expresar intensa insatisfacción frente a las carencias de otros
servicios1. Probablemente hay mayor satisfacción por haber más tiempo de atención, más
posibilidades de tratar problemas variados (no sólo orgánicos), y más centrados en la
persona en su ambiente.
La accesibilidad a un médico rural polivalente y competente compensa, hasta cierto punto,
la dificultades en el acceso a los especialistas y pruebas complementarias, que
habitualmente obligan a desplazamientos (las aplicaciones de la telemedicina son por
ahora escasas). Aunque existe una tendencia a concentrar médicos para mejorar la
accesibilidad y ofrecer más variedad de mini-especialidades (desarrolladas por médicos de
primaria) “más no es equivalente a mejor”, en la afortunada crítica rural inglesa a esta
tendencia en su país16.
Autoridad reconocida
El médico rural forma parte de las “fuerzas vivas”, y más si está empotrado e integrado
en la comunidad. El médico sigue siendo un personaje público conciliador, con cuya
autoridad se cuenta como capital social1,6,7. Conviene no ejercer esa autoridad sin
necesidad, y no perderla tontamente. Para evitarlo hay que sortear más de un canto de
sirena que intenta inclinar la balanza y atraer al médico para sumarse a alguna facción en
disputa (conviene la ecuanimidad). Naturalmente, esto nunca es problema en el medio
urbano, donde el médico apenas existe como personaje público más allá del centro de
salud.
Por otra parte, es muy importante el contacto fluido con otras autoridades, especialmente
con los alcaldes. El poder de los alcaldes democráticos es enorme, por más que ellos
sientan, como los médicos rurales, que no tienen ni medios ni crédito. El trabajo fluido con
los alcaldes facilita la resolución de problemas, y puede servir incluso de catalizador para
facilitar respuestas lógicas por parte de los gerentes. Además, muchos recursos de los
consultorios locales dependen de los ayuntamientos, desde la limpieza a la renovación de
los mismos, así como la calefacción y el mantenimiento. Los alcaldes son aliados que
pueden cooperar para establecer y modificar horarios, e incluso para ayudar a dar
solución a problemas que se escapan del ámbito clínico (viñeta 1).
Es importante, también, tener buen contacto con los maestros de la escuela y de la
guardería. Una buena relación facilita el trabajo con las madres y con los niños fuera del
ambiente de la propia consulta (viñeta 3). En el medio urbano esta labor es también
importante, pero resulta mucho más difícil y menos “natural”.
La relación con los farmacéuticos rurales no es siempre fácil. A veces chocan los intereses
de supervivencia de una pequeña farmacia rural con los de la prescripción racional. Es
importante solventar en lo posible las discrepancias, pues los farmacéuticos rurales
realizan una labor encomiable, con márgenes comerciales inverosímiles. De todo ello hay
poco en el medio urbano.
Conclusión
La calidad de vida en el hábitat rural puede empezar a atraer a médicos urbanos, quienes
tendrían que sopesar los profundos cambios que supone la práctica de la atención
primaria rural, con sus ventajas e inconvenientes. Muchos políticos, gerentes y
profesionales sanitarios piensan, equivocadamente, que el medio rural supone sólo
dispersión, sin otros cambios apreciables respecto al medio urbano9. Conviene tener claro
que el mundo rural implica una atención muy distinta a la que se presta en el ambiente
urbano. Querríamos destacar, especialmente, la visión del médico rural como componente
esencial del capital social de dicho hábitat. Los médicos rurales deberíamos ser
polivalentes y competentes, y además conscientes de nuestro papel social, conciliador y
prudente.

Referências
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Revista Clínica Electronica en Atención Primaria, 2003
http://www.fbjoseplaporte.org/rceap/articulo2.php?idnum=14&art=06&mode=ft 02/12/2007

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